Supongo que a estas alturas de la vida conoces la serie Black Mirror. Una serie británica que ahora está en Netflix. Con 7 temporadas a sus espaldas, algún especial y capítulos tanto memorables como olvidables. Cada capítulo es de su madre y de su padre, no tienen nada que ver salvo la idea de hacernos reflexionar sobre los límites de la tecnología, la sociedad, las redes… Debes verla, poco a poco, pero es interesante.
En uno de los capítulos de su última temporada, Gente corriente, uno de los protagonistas tiene que conseguir dinero lo más rápido y fácil posible. No te hago spoilers pero acaba adentrándose en una web un tanto oscura. Una especie de Twitch donde la gente emite en directo y los espectadores se conectan y chatean. En Twitch tu puedes dar suscripciones, regalos, propinas… puedes premiar económicamente a ese creador.
En la red en la que se mete el protagonista de este capítulo de Black Mirror los premios se consiguen a base de autolesionarse. Desde tirarse un pellizco en el brazo, que no darán mucho por eso si es que dan algo, a dejarte atrapar la lengua con una trampa para ratones o sacarte un diente tu mismo en directo. Demencial, ya, pero la ficción es lo que tiene. O no.
No sé si recuerdas que hace unos años una pareja de economistas se hizo muy famosa no precisamente por sus consejos económicos sino por haber aparecido en antena totalmente colocados de cocaína. Eso parecía, pero más tarde ellos mismos confirmaron que había sido así. El ridículo era espantoso, la vergüenza ajena no te dejaba quitar la mirada. Acabaron despedidos y por supuesto sin futuro como economistas.
Él se llama Simón Pérez y ha vuelto a estar de actualidad porque resulta que esas redes de las que hablan en Black Mirror son reales. Tan reales como que este hombre malvive desde aquel episodio público y viral con las drogas en redes de este tipo. Maltratándose físicamente, vejándose, bebiéndose su propia orina… todo por unos euros que la gente dona a cambio de ver esas barbaridades.
Y demos el último giro a la tuerca antes de que te suelte mi chapa reflexiva: hace unos días ha fallecido JP, Jean Pormanove o Raphaël Graven, como prefieras llamarle. El nombre espero que no te sonara de nada hasta hace unos días en que se ha hecho público que ha fallecido en directo en una red social del estilo de las que usa Simón Pérez. En un reto en directo en el que durante días se dejaba insultar, golpear y ridiculizar de cualquier manera, ha fallecido mientras dormía un poco.
Cuando escribo esto aún no se saben las causas exactas de la muerte pero supongo que recibir golpes durante días y que no le dejaran dormir más de unos minutos igual tiene algo que ver. Este hombre malvivía de lo mismo: de dejarse maltratar en directo a cambio de que los que le vieran soltasen unos euros.
Ya ves, Black Mirror se quedaba corto.
Black Mirror es un documental
Ya sé que me está quedando un boletín algo más espeso pero hay cosas que me desatan, como esto. No voy a hablar sobre la gente que hace esas cosas, sino de la que está al otro lado de la pantalla. Gente capaz de, por mera “diversión” pagar para que alguien se destroce. Gente que ve divertido, aunque no pague, ver a alguien beberse su orina o recibir bofetadas de gente encapuchada. No me entra en la cabeza.
Pero luego pienso y llega lo peor. Esto no es nuevo, esto es el extremo.
¿A quién no le gusta ver a otro recibir un tartazo en la cara? ¿Quién no se ríe con un buen golpe que se de alguien, aunque sepas que igual se ha hecho daño?. No es nuevo. Es anterior a estos locos de Jackass que se daban con bolas de bolera en los genitales.
¿Recuerdas Vídeos de primera? Si tienes una edad como la mía, recordarás que la gente mandaba esos vídeos que había grabado en sus cintas Beta con el cuñado dejándose la espalda en la nieve intentando esquiar. O el niño intentando soplar velas y que se le quemaba el pelo. Y nos partíamos de risa. Todo con 2 efectos tontos de sonido pero, si te abstraías de las risas enlatadas y el sonido de muelle, igual veías un porrazo en el que posiblemente a los 3 segundos del corte esa persona estaba realmente sin dientes o camino de un hospital.
Y sigamos retrocediendo: los dibujos animados de nuestra infancia. Cómo disfrutábamos del Coyote achicharrado o aplastado por un cohete marca Acme. Que diversión vemos en el dolor ajeno, ¿no?
Lo del tartazo cachiporrazo y similar es universal y muy muy antiguo. Cualquier buena comedia antigua tendría algo de eso. Porque lo disfrutamos. Parece que está en nuestro mismísimo ADN, no lo sé, pero nos gustan las desgracias ajenas.
Está gente que hoy alienta en esas redes igual es tu vecino, tu cuñado, tu primo de Móstoles… lo típico de “si parecía tan normal”, porque seguramente ellos lo ven normal. Y puede que hasta alguien que entre de manera esporádica sienta un poco de asco y repelús, con el punto de humor suficiente, como para quedarse un poco más.
¿De donde nos viene esto? Francamente no lo sé. Lo mismo hay estudios al respecto pero a mi, estos días, me preocupa. Igual es algún mecanismo extraño y oscuro de defensa.
En fin, reflexiones. La semana que viene más ligero, te lo prometo.
Un saludo y, como siempre, nos leemos en 7 días.

