Viernes, 7 de Julio de 1961
Aunque suene extraño prefiero las terrazas públicas cuando quiero tener una charla medianamente secreta discreta con alguien. Cierto que pasa mucha más gente por la calle, pero es gente de paso. Cuando estás dentro del restaurante todo el mundo permanece más estable, tiene tiempo a engancharse a conversaciones ajenas. A mí mismo me ha sucedido alguna vez sin querer. Te encuentras atrapado e interesado por alguna conversación que suceda en alguna mesa cercana. No podemos evitarlo: todos tenemos esa vena cotilla y portera que hace que nos guste meternos en la vida de los demás. Cuando me doy cuenta intento olvidar lo que he oído y procuro no seguir escuchando pero si estas en el interior y sólo es difícil que no te lleguen conversaciones cercanas.
En las terrazas las mesas están más separadas. Las voces se confunden con el sonido de coches, trenes, gente que pasa charlando, niños jugando… es más difícil que llegue con claridad el sonido a mesas circundantes y por supuesto la gente de la calle no se va a detener descaradamente a escuchar una conversación. Con un poco de cuidado manteniendo la voz algo apagada es sencillo que nadie escuche una conversación. Por supuesto están los reservados de algunos restaurantes pero no era la ocasión por lo que teníamos que hablar ni me gustan especialmente esos lugares. El simple hecho de entrar en uno ya indica que vas a hablar cosas privadas. Si además entraba con Olga, por muy cuñados que seamos, no sería de extrañar que si alguien nos viera hiciera suposiciones. Acertadas en otra ocasión, pero no era ese el momento.
Llegué a la terraza con 5 minutos de adelanto. Elegí un sitio apartado donde poder controlar los alrededores y pedí cerveza. Olga llegó puntual, ni un minuto antes ni uno después. Así es ella. Un reloj. Exacta y controladora… excepto cuando se deja llevar. Parece que intuía que era mejor no tener distracciones y pese al calor reinante apenas dejaba más piel al descubierto de la necesaria. Falda clara por la rodilla, blusa con estampado de flores bien abrochada hasta arriba… Pese a todo, su sola presencia me excita.
¿Cuándo empezó esto? ¿Por qué? No me resulta difícil ubicar el cuando pero el motivo no lo entiendo. Será eso que llaman química entre personas pero nunca había sentido eso por ella hasta que hace unos años, en el segundo aborto de Heidi, coincidimos varias noches juntos en el hospital. Esa vez fue la peor. Siempre que ha perdido un niño ha sucedido de la manera más natural, dentro de lo que pueda tener de natural esa situación. Pero la segunda todo se complicó. Ya habían pasado algunas semanas de más cuando detectaron que el feto no crecía y que el embarazo, de nuevo, no iba a prosperar. Su cuerpo no lo expulsaba así que tuvieron que intervenirla. No llego a recordar cuantas cosas fallaron pero fueron muchas. El resultado fueron dos semanas de hospitalización, infección, dos intervenciones adicionales para terminar de eliminar todos los restos el embarazo y casi 2 meses en casa hasta que por fin pudo empezar a salir a la calle. Un suplicio sobre todo para ella.
Fue en esas noches de hospital, con Heidi dormida por efecto de los calmantes,cuando las charlas con Olga se hicieron interminables a la vez que cortas. Fue en esas noches cuando empezamos a vestirnos con ropa algo más cómoda y empecé a fijarme en su cuerpo. Fue en esa última noche antes de que a Heidi le dieran el alta cuando por primera vez fuimos a su apartamento y lo hicimos. Nunca he sabido escribir que hicimos. Follamos, tuvimos sexo, hicimos el amor. La última es la que sin duda menos me cuadra. Con Olga no es amor, es sexo. Supongo que, aunque el pudor me impida decirlo, lo que hicimos aquella noche fue follar como nunca habíamos follado. Cómo disfrutamos y cómo nos arrepentimos. Cuanto nos habíamos contenido y como salió todo de golpe aquella noche. La charla interminable se convirtió en sexo interminable.
Nos pedimos perdón mutuamente por lo que habíamos hecho, nos prometimos que, por nosotros y por Heidi, esto no iba a suceder más pero ambos sabíamos que no iba a ser así. Hace ya cerca de 4 años de aquella noche y aquí seguimos. Pero hoy no era ese el motivo de nuestra cita. Aunque no le había dicho cual era, Olga lo sabía antes de sentarse. No me dejó calentar ni andarme con preámbulos. Fue como el sexo con ella. Directo, honesto, a corazón abierto. En cuanto el camarero se marchó con la comanda abrió fuego.
«Es por lo del muro». Ni tan siquiera era una pregunta, afirmaba. Me habló directamente a los ojos. No sabía si debía buscar en mi interior. No hizo falta. En cuestión de segundos le estaba soltando con todos los pelos y señales que pude el asunto de El Comité y sobre todo la parte relacionada con Bernard, el joyero. Le dije que eso, junto con la conversación que tuvimos aquel domingo, me tenían preocupado. No sabía si realmente lo del muro iba a ser algo que afectase tanto a las personas. Le dije que la joyería quedaba en su sitio natural pero que la zapatería no. Me preguntaba si eso debía preocuparme, si estaba destrozando el futuro de alguna familia.
Le hable de nosotros, de los tres. No quise hablar solo del nosotros que somos Olga y yo. Me preguntaba si de verdad Heidi y yo íbamos a quedar a un mundo de distancia de ella pese a estar a sólo unas calles, como estamos ahora. Le pregunté, por fin, que opinaba ella.
Apenas había abierto la boca más que para dar un par de bocados a la comida (en realidad ninguno de los dos hemos comido demasiado). Sólo escuchaba y procesaba. Cuando por fin la invité a dar su opinión sólo dijo una palabra: «Pregunta«. Me quedé mirándola a ver que más tenía que decir. Me dijo que sólo podía hacer eso, preguntar. A Erich, al resto de compañeros de El Comité, a Walter. Ella no podía decirme nada al respecto, sólo compartir mis preocupaciones, que eran exactamente las suyas.
«Pregunta Fritz. Habla con quien puedas y ya que ellos te hacen preguntas, hazlas tu también. Necesitas respuestas para poder seguir trabajando. No puedes trazar esa linea alegremente sin pensar en las consecuencias o pensarlo demasiado si realmente no las va a tener. Habla con ellos Fritz. «
Tenía razón. Era la única forma de poder trabajar con confianza, sabiendo lo que estoy haciendo. De repente me miró muy fijamente, no buscando en mi sino abriendo sus ojos para que yo pudiese ver que lo que iba a decir era cierto. «Confía en ti. Confío en ti. Sé que serás lo más justo que te dejen.«
Sé que la gente confía en mi pero a veces ese peso cuesta llevarlo. Olga, y sé que mucha gente si estuviera en su lugar, confía en mi. Eso la deja mucho más tranquila pero a mi me intranquiliza. Creo que debería seguir su consejo. Mi duda es si hablar con los miembros de El Comité o con Erich. Walter queda descartado.
Hemos recogido a Heidi a la salida del trabajo, con gran sorpresa y alegría por su parte, y hemos dedicado el resto de la tarde a pasear por el centro de Berlín sin rumbo fijo. Los tres juntos. La naturalidad con la que Olga y yo nos comportamos a día de hoy con Heidi me asusta. Nadie podría sospechar que ayer mismo estábamos follando como locos en su cocina. Nadie podría imaginar que no estoy locamente enamorado de la rubia que va cogida de mi brazo, mi querida Heidi. Y claro que lo estoy. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Amo a Heidi. La adoro.
No acabo de entender como Olga no se incomoda y como nunca me ha reprochado nuestras muestras de cariño con ella delante. Alguna vez lo hemos hablado pero no me acabo de creer sus respuestas. Sea como sea, la tarde ha sido genial, hemos cenado todo lo que no hemos almorzado (dos días seguidos saltándome el almuerzo) y Heidi se reía al vernos comer. «Parece que no hayáis comido nada«. En fin.
Tengo demasiadas cosas en la cabeza. Voy a intentar dormir y a ver que conclusiones saco este fin de semana.
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