El Comité – Confidencias

Viernes, 4 de Agosto de 1961

Ya tocaba. Algún día tenía que ser y hoy ha sido ese día. Ha salido de la manera más natural del mundo, como debía ser. No ha hecho falta organizar nada, darle vueltas, decidir como enfocarlo… Lo que sí me ha asustado es comprobar de nuevo como los secretos no existen.

Desde el martes todo es tranquilidad, risas y paz. Hemos pasado mucho tiempo entre la casa y la playa sin hacer apenas nada más que estar uno junto al otro. Heidi quiere que vayamos a la piscina algún día y enseñarme a nadar pero yo le digo que un tipo de mi edad ya no está para aprender cosas que debió aprender siendo un chaval. Me conformo con pasear por la orilla dejando que las olas mojen mis pies, no necesito adentrarme en el mar. Sigo disfrutando más el sonido y el olor que el agua de mar en si misma.

Los viernes es día de mercado y Heidi y yo hemos decidido pasar por la plaza principal a aprovisionarnos de fruta fresca. Es curioso como la fruta y la verdura de aquí sabe completamente diferente a la de la ciudad. No sé si será el transporte, que la que nos llega a los urbanitas es la que les sobra a ellos (ya se sabe que quien parte y reparte se lleva la mejor parte) o que yo mismo estoy diferente y aprecio más cosas sencillas como el sabor de una manzana. Sea como sea estamos aprovechando para llevar una dieta casi vegetariana. Comemos fruta y verdura principalmente, acompañado a veces por algo de pescado también de la zona. Es maravilloso saber que ese pescado que te estás comiendo posiblemente estuviera danzando por el mar pocas horas atrás. Ese sensación de frescura no la encuentras en la ciudad por mucho que las técnicas de transporte estén mejorando.

Hemos comprado unos 200 kilos de fruta y una vez guardada en el coche hemos decidido hacer una breve parada en una cafetería que Heidi recordaba de sus veranos allí con la familia. No sabía si seguiría abierta pero si que lo estaba. Nada más sentarnos una señora mayor y bien gruesa se nos ha acercado y ha comenzado a besar y abrazar a Heidi con tanta fuerza que temía que la rompiera. Evidentemente se acordaba de ella y se alegraba mucho de verla. Le ha hecho mil preguntas por todo. Por ella, los padres, Olga, la vida de todos, la vida en la ciudad, si había niños, por mi. Por un momento empecé a dudar que llegáramos a comer. Esa señora tenía ganas de sentarse en la mesa, pedir una o varias cervezas y echar la tarde con nosotros.

Entre sus mil comentarios sobre todo nos ha preguntado cómo se vive en una ciudad dividida, si es tan difícil como parece cuando se escucha desde lejos. Heidi le informó que no era para tanto y entonces lo soltó con la naturalidad del que habla de su hijo o de algo que leyó ayer en el periódico. Pero ahora con el tema del muro la cosa se complicará, ¿no? ¿Se sabe ya para cuándo será? Yo me quedé helado. Esa señora a 500 kilómetros de Berlín parecía estar totalmente informada sobre el secreto de estado peor guardado de la breve historia de la RDA. Heidi continuó con total naturalidad. Le dijo que eso eran rumores y que no había ninguna información oficial.

Heidi también lo sabe. No sé como se me había ocurrido dudarlo. Aquí el único inocente que se lo cree todo soy yo. Era absurdo querer seguir manteniéndola al margen. Lo correcto era darle la información de la que ya disponía. En definitiva ahora por fin puedo darle buenas noticias así que esta noche mientras cenábamos en la terraza se lo he contado todo, con pelos y señales. Y si hay vigilancia, que vengan y me detengan. No voy a seguir manteniendo al margen a mi esposa cuando la dueña de un restaurante en un pequeño pueblo de pescadores a 500 kilómetros de Berlín ya lo sabe.

Le he contado lo del muro, lo del comité, el plano, la conversación con el joyero, lo de Lucía, la bronca de Erich, las reuniones con los compañeros, mi visita a su médico, mi pregunta sobre nuestra familia (aquí si que me he ahorrado el término «particular familia») Heidi ha hecho pocas preguntas. Le he pedido disculpas por haberla mantenido al margen todo este tiempo pero le he dicho, y es verdad, que ha sido por ella, por no echarle encima una carga que no le corresponde.

Solo he callado mis conversaciones con Olga, todo lo demás, tal como lo recuerdo, se lo he contado. Ella me ha contado que hace semanas que es un rumor a voces en Berlín. Que se sabe que algo van a hacer en breve aunque no se sabe fecha. Que los rumores se han magnificado y que se habla de que los puntos de control van a ser 2 o 3 como máximo y los problemas para pasar de un lado a otro infinitos. Que mucha gente que ahora trabaja en el Berlín Occidental va a acabar en el paro, que los que se queden lo van a pasar mal, que la gente está pensando emigrar antes de que comience la construcción.

Me sorprende lo que me cuenta Heidi pero me gusta saberlo. Me gusta ver que por suerte las cosas no van a ser tan dramáticas y que la gente se quedará mucho más tranquila. Me gusta saber que de alguna forma pueda participar a calmar las cosas. Con Heidi lo he conseguido. Y con Olga. Y cuando vuelva de las vacaciones voy a llamar al joyero y contárselo. Debo hacerlo. Debo calmar un poco los ánimos encendidos en la ciudad.

Casi como cada noche desde que estamos en Cuxhaven nos hemos apurado la segunda botella de vino, esta vez en la terraza. No ha refrescado apenas y se está perfectamente, aunque Heidi se ha venido hacia mí para que la abrace y la caliente un poco. Ella siempre pasa más frío que yo pero hoy no ha necesitado que nos vayamos dentro.

No sabía que pese a mis esfuerzos por mantenerla al margen sí que estaba sufriendo con El Muro. Esta noche siento que la he aliviado. Me alegro. Duerme tranquila. Yo sigo aquí en el porche reflexionando pero sobre todo cerrando este tema. Aparcando definitivamente El Muro, El Comité y todo lo que hay alrededor suya hasta el día 16 que volvamos a Berlín. Lo que nos queda aquí va a ser sólo tiempo para nosotros.


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