Viernes, 11 de Agosto de 1961
La noche ha sido terrible en casa. Son cerca de las 3 de la madrugada y algo me dice que mañana iré sin pegar ojo a trabajar en un día que se prevé movido, aún más de lo que han sido los últimos días, que ya es mucho decir. No puedo dormir y estoy enfadado con Olga, tremendamente enfadado. No entiendo que no esté ahora mismo durmiendo en la cama con Heidi como le hemos dicho. No se puede ser tan cabezota en una situación como esta después de lo que ha pasado esta noche.
La reunión de la mañana ha sido esta vez rutinaria e incluso corta. Parecía que de cara al fin de semana podríamos estar tranquilos, aunque al final se convocó reunión también para las 9 de mañana. Ni en fin de semana nos vamos a librar pero el tono de la de hoy anticipaban unos días más relajados hasta que la llamada de Erich a casa nos ha puesto de los nervios. No es que no supiera que podía ocurrir pero recibir a las 8 de la noche una llamada del mismísimo Erich en casa no augura nada bueno. Su voz era serena, firme y con un punto de alegría que no acabo de comprender. Desde luego él está viviendo todo este tema del muro desde una perspectiva que no tiene nada que ver con la mía ni con la de la gente que estoy conociendo. Para él todo esto es un triunfo y algo maravilloso. Para mí y para todas las personas de a pie con las que voy hablando no parece traer nada bueno. Aún nadie se ha alegrado cuando hemos hablado de El Muro a excepción de Erich, Walter y quizás Herbert. Ni siquiera el resto de miembros de El Comité estamos a estas altura por la labor de levantar esa barrera. Continuamos porque es nuestra obligación, no nos queda otra que obedecer e intentar hacerlo lo mejor posible. Por nosotros y por lo que podamos aportar de cara a nuestros conciudadanos.
Erich me ha contado ilusionado que a la luz de las últimas noticias llegadas desde Moscú y del apoyo que están dispuestos a mostrarnos el parlamento ha aprobado por fin la construcción del muro en un plazo de unos 15 días, dando luz verde a toda la documentación presentada por Walter. Los planos que hemos hecho, la idea de cerrar las estaciones de tren, la convocatoria extraordinaria de todos los soldados… todo va a discurrir según lo previsto y los planes que hemos hecho desde El Comité. Me da las gracias por el esfuerzo de estos meses y me vuelve a insistir en que queda un último empujón a dar, como hizo Walter el lunes, y que cuenta con que estaremos todos a la altura de las circunstancias.
Él insiste en ese tono de alegría y yo me alegré de que la conversación fuera telefónica. Noté como mi piel se iba poniendo blanca por momentos y pedí a Heidi, que estaba pendiente de la conversación aunque no pudiera escuchar a Erich, que me acercara una silla porque empezaba a ver posible que las piernas no me sostuvieran. Le agradecí la confianza y me dijo que no hiciera plan alguno para el fin de semana ya que además de la reunión con los soldados de las 12 seguramente se convocaría otra por la tarde/noche para ir concretando plazos para el posible despliegue de las barreras la semana que viene. No existen fines de semana ya.
Cuando colgué conté a Heidi todo lo que me había contado Walter. Todo está preparado. Es cuestión de días, de muy pocos días. Heidi apenas me dejó terminar y se lanzó al teléfono para llamar a Olga. Daba igual las escuchas, lo que pudieran grabar, las consecuencias: tenía que traer a su hermana con ella y lo entendí perfectamente. La escuchaba, casi como en un sueño aún, contarle a Olga toda la conversación e insistirle en que lo dejara todo. La quería con nosotros esa misma noche. Le daba igual que me hubieran dicho que era para la semana que viene, no se fiaba de nadie.
La escuchaba y pensaba que seguramente esa conversación la estaría escuchando más gente. Mi teléfono estaría pinchado, o el de Olga, o puede que hasta los dos. Estaba y estoy convencido de ello. Heidi empezó a gritar a su hermana. Creo que es la primera vez que la he visto hacerlo Heidi le gritaba que daba igual, que tenemos dinero, que tenemos casa, que no necesita nada, que la quiere aquí y ahora con ella. Estaba al borde del llanto. Me acerqué a ella y le quité el auricular del teléfono. La abracé y la obligué a sentarse para empezar yo a hablar con Olga.
Le insistí en lo mismo. Le conté algún detalle que a Heidi se le había escapado pero sobre todo le insistí en que no confiaba en eso de los 15 días, ni siquiera en eso de la semana que viene. La cuestión es inminente y no creo que ni siquiera yo sea capaz de abrir una puerta para que ella pase una vez la barrera esté desplegada. No puede confiar en mi posición. En el momento que las lineas del mapa se conviertan en alambre de espino el control de todo estará muy por encima de mi.
Olga es la única que se mantiene serena. Nos dice que no nos preocupemos. Necesita sólo mañana para cerrar unas cosas y venirse. Mañana por la noche o a más tardar el domingo por la mañana estará en nuestra casa. No hay manera. Le ofrezco recogerla, le insisto, como Heidi hace unos minutos, en que no necesita nada, que tenemos de sobra. La única forma de que se venga es ir con una patrulla y arrestarla. Tampoco me parece necesario y cuelgo el teléfono enfadado y con la promesa de que el domingo como muy tarde se habrá trasladado. No quiero empezar la semana sin que se haya venido. Ella insiste en que en fin de semana no harán nada pero yo no me creo nada.
Sigo dándole vueltas. Ya son cerca de las 4 y es imposible dormir. Para colmo hace calor y sudo, esa extraña sensación que tan poco común es en mí. Me siento sucio. También puede tener algo que ver con mi estado de ánimo. Algo me dice que no he participado en algo por lo que seré recordado como un gran benefactor de mi país.
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