Llamar por teléfono

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Ya sabes que estoy pasando unas semanas especialmente intensas de trabajo. Y cuando digo intensas me refiero a muy muy intensas. No voy a decir malas, sólo mucho más trabajo del habitual y sobre todo muy estresante. La cuestión es que hace unos días salí de ese pequeño infierno e hice tres llamadas de teléfono. De las de siempre, de las de toda la vida. Coger el teléfono y en vez de mirar el guasap o Instagram, buscar los teléfonos en la agenda y dar al botón verde de llamar. Sin avisar en algunas de ellas, sin pedir permiso, por el mero hecho de llamar. Y oye, ni tan mal.

Dicen que a las nuevas generaciones no les gusta hablar por teléfono, que prefieren la comunicación asíncrona. Yo te mando un audio, tú lo escuchas y me respondes con otro. A veces puede estar bien, no estoy tan negativo al respecto con eso últimamente, pero lo de las llamadas les produce ansiedad e incluso pánico. Necesitan prepararse mentalmente para ese flujo continuo de información. Ese tener que escuchar y reaccionar sobre la marcha, sin poder reflexionar y enviar un mensaje de vuelta cuando tengan preparadas las respuestas. Digamos que la espontaneidad no les hace mucha gracia.

Pienso, y no he leído nada al respecto, si no tendrá algo que ver con las redes sociales. Ese preparar la foto o video antes de subirlo. Grabarlo y si no les gusta editarlo, o volver a grabarlo. Es una forma de saltar con red, siempre puedes darle a Ctrl+Z y volver a empezar. En la charla directa no puede ser. Veía ayer un video de Instagram, donde cogían una taza rota, la pegaban con una tirita que decía “Lo siento” y cuando la llenaban de nuevo de café, el liquido se escurría por las rendijas. Cuando hablas en tiempo real, cuando actúas en vivo, te puedes equivocar y un lo siento no lo va a arreglar. 

Puede que algunos tiros vayan por ahí, no lo sé, pero como en televisión, una llamada es la magia del directo. Lo que ocurre, ocurre. No puedes deshacerlo y sólo puedes reconducirlo, pero sin duda surge magia. Esa magia de la espontaneidad, de la charla delante de un café, té, vino, cerveza… que a veces no tenemos tiempo de compartir. Aunque sea en la distancia, la sensación de cercanía y de estar juntos que da una llamada no la dará nunca un intercambio de guasaps, ni siquiera de audios.

Esas 3 llamadas que te digo a mi me dieron vida. Fueron totalmente diferentes, pero tres momento de disfrute, de estar con la persona que estaba al otro lado, de no pensar en el trabajo ni en las circunstancias, de dejarme llevar. Fueron casi 3 horas de teléfono que pasaron volando. 

A veces necesitas un abrazo de esos que te rompen un poco y te ponen el corazón en orden. Difícil en muchas ocasiones tenerlo cerca pero cuando hablas con alguien por teléfono, puedes llegar a sentir que conectas con esa persona. Te recargas, la recargas. Es una sensación que se están perdiendo las nuevas generaciones y que abogo por recuperar. Una buena llamada puede ser un buen chute de energía. 

Que el teléfono no suene sólo para venderte luz, gas, teléfono o el mejor seguro del mundo. Que suene también porque una voz amiga se acuerda de ti y quiere saber cómo estás.

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