Hace muchos muchos años, había un lugar, una plaza, donde la gente se reunía a exponer ideas. Debatir, charlar, divagar, conversar… Un lugar donde la gente se enriquecía con las ideas de los demás y donde aportaba su granito de arena para hacer ese lugar, y esas tierras, más vivas.
Todos eran bien recibidos, toda idea era admisible y discutible a la vez. La gente abría la mente y buscaba afianzar sus ideas o darlas por perdidas. Surgían corrientes de pensamiento, tesis, ideas política, revoluciones, avances… Hace muchos, muchos años, se llamaban ágoras. Hace muchos, pero no tantos años, se llamaba Twitter.
En esta plaza del pueblo moderna, como la de antes, también había mercado. Y conspiraciones, y gente que se llevaba bien y mal, pero surgían ideas. Surgían movimientos y revoluciones capaces de iniciar cambios en países. Surgían de manera espontánea hasta que ciertas élites aprendieron a dominarlas. Se dieron cuenta de que se podía influir sobre lo que la gente escuchaba. Apagar voces y levantar otras. Generar máquinas capaces de gritar mucho porque ya se sabe que una mentira repetida mil veces no se convierte en verdad, pero lo parece.
Y la gente se fue marchando. Buscando otros lugares, pero sin encontrarlos. Porque allá donde fueran aparecían esas élites, esos controladores del algoritmo, esas ideas prefabricadas. Y la gente dejó de participar. La plaza, antes llena de vida y donde todo el mundo podía comentar, se convirtió en un mercado donde la gente sólo pasa a mirar que se cuece.
Coge ideas de aquí y allá y compra la que más le interesa en cada momento. O simplemente ve a los malabaristas haciendo sus trucos (bailes, tendencias, gatitos…) y no se implica. Quizás antes eran activistas de sofá. Se decía que era muy fácil criticar tal o cual gobierno a golpe de pulgar en el móvil para escribir un twit y era verdad. Pero sí sólo una pequeña parte de esos activistas de sofá se decidían a salir a la calle a luchar por aquello que habían tuiteado, ya podía ser un pequeño ejército al que se unieran unos cuantos más.
Pero no, esos tiempos ya pasaron. Ni hay plaza del pueblo ni parece haber ganas de que haya. Ahora sólo hay un gran centro comercial allá donde antes se levantaban ágoras.