El Taró

Ya sabes que soy transparente como el agua, cuando es limpia, y te lo cuento todo. Lo mismo que te cuento cuando escribo este boletín la noche antes de publicarlo, hoy te tengo que decir que escribo esto pocas horas después de que recibieras el anterior y tras presenciar en vivo como el Taró inundaba Málaga.

Aprovechando que era mi último día de vacaciones, aunque oficialmente terminaron el viernes y técnicamente estaba de fin de semana, me fui a mi lugar de pensar y despensar: Pedregalejo. En unas semanas estará de obras y no sé si se podrá disfrutar así que allí que fui. 

Estando en ese espigón que te he enseñado varias veces, vi como entraba el Taró. Como igual no lo sabes, el Taró es lo que yo siempre había llamado niebla. Hace unos años descubrí que se llamaba Taró porque es una niebla espesa que se produce cuando entra aire cálido del mar cargado de humedad y choca con la tierra y se enfría, o se calienta, o algo pasa que se condensa. Si quieres información técnica, a la wikipedia 😊

Total, lo que los ingleses llamarían puré de guisantes. Una nieva que apenas te deja ver más allá de unos metros. Fría y que cala hasta lo más profundo de los huesos. Y a mi me dio por pensar.

Pensé en los marinos, esos que se encuentran ya de por si en la inmensidad del mar, y de repente ven como llega un banco de estos de niebla y no pueden ver más allá de sus narices si hay rocas, icebergs, otro barco, algún tipo de ballena… Debe ser una sensación claustrofóbica.

También pensé en que ese Taró debía verse precioso desde cierta altura. No sé si 20 metros, 50, 10… porque no suelen ser nubes muy altas. Seguramente desde algún parador o elevando el dron unos metros se podría ver ese manto blanco, estar encima de las nubes.

Y pensé en ese sueño que tengo y que me ha llegado tarde. Me hubiera gustado tenerlo unos años antes, bastante antes, y haber tenido la fuerza de voluntad suficiente para haberlo hecho realidad. Hoy en día, a mis 55 tacos y con mi situación financiero/laboral lo veo un sueño imposible. Aún así te lo cuento.

Una casa. Junto al mar. Puede que en un acantilado o cerca, no lo sé. La casa no es muy grande, para nada. 3 habitaciones, cocina, salón, baño y puede que un aseo. Ya está. Un espacio para aparcar el coche, y que no haya nadie en bastantes metros a la redonda. No parece tan complicado, ¿Verdad? Fíjate que ni siquiera pido jardín, ni piscina, ni una azotea estupenda… Todo eso me es indiferente. Lo que hace complicado este sueño es la ubicación y el salón. 

Ese salón sería grande, con un par de espacios. Una con sofá, algún sillón y chimenea, otro con una pequeña mesa donde invitar de vez en cuando a gente a comer. 4 comensales. Quizás que se pueda abrir para 6, no más. Y lo importante es que toda una pared, toda, es de cristal. La que da al mar. Para disfrutar atardeceres, puestas de sol, el taró, la luna sobre el mar… Eso es lo importante. Esa pared que me una al mar. Todo lo demás es secundario.

Y sí, digo que es un sueño porque esa pared, que seguro que existe, está en una casa mucho menos humilde de la que yo pido y es muchísimo más cara. Tampoco está la cosa para empezar a mirar terrenos, pedir permisos y construir. No, definitivamente no es posible y por eso digo que es un sueño. Mi sueño.

Quizás de haberlo tenido hace 20-25 años igual de claro que lo tengo ahora, hubiera orientado mi vida de otra manera. Igual hubiera tenido esa meta a largo plazo y centrado todos mis esfuerzos en ella. Seguro que hoy estaría cerca de conseguirlo, lo sé. No sé cuanto, pero no sería tan inviable.

En fin, que lo que si es gratis es soñar, y yo sueño con esa casa, ese perro y esa copa viendo el mar/la mar.

La semana que viene, más. Nos leemos en 7 días.

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