IBM y el holocausto

IBM y el holocausto

Llegué el otro día al título de este libro y a lo que nos cuenta a través del podcast Disperso, capítulo que puedes escuchar aquí. Por desgracia no encuentro el libro IBM y el holocausto en formato digital en castellano para poder leerlo, que me encantaría.

Te resumo brevemente el podcast y lo que he ido leyendo por ahí acerca de esta relación entre IBM y el holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial.

Tarjetas perforadas

Lo primero, ponte en situación. Años 30 del siglo pasado (cada vez que tengo que puntualizar siglo pasado, me da una punzada el corazón). Apenas había ordenadores más allá de ciertas máquinas capaces de registrar algunos datos y hacer algún cálculo. Nada aún ni siquiera de las máquinas de válvulas capaces de realizar cálculos para llevar al hombre a la Luna. Faltaba mucho para eso aún, pero si existían algunas empresas que daban pasos hacia como mecanizar los datos, como crear rudimentarias bases de datos. Una de esas empresas era IBM (Indrustrial Bussiness Machines) que ya experimentaba en esos procesos automáticos.

Lo más común en la época eran las tarjetas perforadas. Como su nombre te puede dar a entender, se trataba de una tarjeta de cartón, o material similar reforzado, capaz de ser taladrada por un operario mediante una máquina especial, haciendo agujeros en determinados lugares de la tarjeta para significar cosas. Luego, mediante un más que rudimentario sistema eléctrico se podían leer los agujeros y clasificar esas tarjetas. Era una forma muy sencilla de guardar datos, como los exámenes tipo test que antes, mediante una plantilla, podías ver rápidamente si las respuestas eran correctas porque a través de la plantilla veías las respuestas y podías comprobar si eran correctas

El censo

Fue uno de los usos que se dio en Estados Unidos a esta forma de guardar información. Los «censores», las personas que elaboraban el censo, perforaban una tarjeta con todos los datos de cada persona. Nombre, dirección, edad, sexo, religión, estado civil… lo que ellos considerasen oportuno en un momento dado. De esa forma, mediante lectores rápidos de esas tarjetas, podían saber cuantas personas había en cada ciudad, región, cuantos hombres, mujeres, niños, judíos, católicos, blancos, negros, italianos, …. lo que quisieran.

Un fin, en teoría, loable. Tener un censo de población para, por ejemplo, poder repartir los recursos del estado de forma equitativa según la población. Todo es loable, todo son buenas intenciones, hasta que llegan los nazis.

IBM y los Nazis

IBM no tuvo ningún problema en vender su tecnología a los nazis allá por 1933 y colaborar con ellos para hacer un gran censo de la población. No olvidemos que las tarjetas debían ser «homologadas» y eran de un sólo uso así que tener una país con varias máquinas pidiendo cientos de miles de tarjetas para perforar y pagando el mantenimiento de las máquinas era todo un negocio. Como dirían en El Padrino, no era nada personal, sólo negocios. Lo que los nazis hicieran con esas tarjetas no era asunto de IBM.

¿Y que hicieron con ellas? Pues entre otros datos, recopilaban la religión y, por supuesto, los judíos. Contaron con relativa facilidad con listas de todos los judíos del país, distribuidos por zonas y que podían seleccionar rápidamente mediante las lectoras de tarjetas. Algo así como lo que hace Facebook cuando tu quieres poner un anuncio de tu peluquería femenina de tu barrio, que la enseña solo a mujeres de una zona concreta. O tu tienda de productos proteicos, que aparecerá en los muros de todos aquellos que compran esos productos van a gimnasios y cosas así.

A menos escala, claro, y haciendo mucho más ruido, pero funcionaba perfectamente. Ese fue uno de los secretos que poco se comentan para que el exterminio nazi funcionara con tanta efectividad. No sólo quienes, sino cuantos y donde, lo que les permitía organizar la logística con una previsión poco antes vista. Construir los campos en los lugares más apropiados… Toda una gestión digna de una Inteligencia Artificial de hoy en día o de un gran centro logístico de Amazon.

Y no sé tu, pero yo jamás había escuchado hablar de esto.

Mamá, o papá, estado

Que sí, que está bien el censo, que está bien que las redes de los estados se interconecten, que está genial que yo pueda viajar a Dinamarca y sacar dinero en un cajero de mi cuenta bancaria española. No seré yo quien niegue el progreso, pero lo cierto es que nos preocupamos mucho de nuestra privacidad de cara a las empresas privadas (Google, Facebook, TikTok, Telefónica…) pero poco nos preocupamos de lo que sabe el estado de nosotros, y lo que quiere saber. Las obligaciones que pone a empresas privadas sobre datos que tiene que suministrar.

Los bancos deben indicar a papá Estado de movimientos de dinero sospechosos, las empresas de telefonía deben tener un registro durante nosecuanto tiempo, por si el estado necesita saber qué dispositivo estuvo conectado tal día a tal hora con tal dirección IP. Las cámaras de seguridad deben guardar las imágenes un tiempo máximo, por privacidad, pero dentro de ese tiempo siempre tienen que estar a disposición de las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del estado.

Todo esto, por supuesto, por nuestro bien. O lo que crean que es nuestro bien. Todos en Alemania pensaban que tener un buen censo era una gran idea pero parece que a nadie se le ocurrió que llegarían mentes pensantes para utilizar esos datos de la forma en que se utilizaron.

Yo que sé

Con estas cosas siempre pienso lo mismo: yo que sé. Yo no hago nada malo en mi vida. Me da igual que me mire Meta, Apple, Google, el Vaticano o el Ministerio de Defensa. Aquí estoy usando plataformas de contenido para difundir mis escritos y tal. Dejando por escrito lo que pienso de estas cosas y seguro que, antes o después, llegarán a todos esos depósitos de datos que tienen moldeados mis diferentes perfiles. Porque así son las cosas. Ya ni siquiera necesitan tener a personas perforando tarjetas, ahora somos nosotros mismos quienes les decimos el dinero que tenemos, donde, donde estamos, lo que hacemos, como nos divertimos, en qué trabajamos… Se lo ponemos muy fácil

E insisto, yo que sé. La alternativa es irte a vivir a un monte, comer lo que encuentres, dormir donde pilles y no tener ninguna comodidad de las que llevamos miles de años currando como especie. La verdad, no me convence. Lo que tenga que ser que sea.

Mindfulness: vive el momento presente. Lo que tenga que ser, que sea.

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